Cuando hablo de vocación, no hablo sólo de una profesión, hablo de una forma de estar, de mirar y de acompañar. Amo la docencia porque me conmueve profundamente ver a mis alumnos descubrir que pueden. Verlos crecer, animarse, brillar, lograr eso que parecía difícil o imposible. Ahí es donde confirmo, una y otra vez, por qué elegí este camino. Mi vocación nace del encuentro con el otro de escuchar sus tiempos, reconocer sus posibilidades, y acompañar procesos con respeto, compromiso y sensibilidad. Creo en una enseñanza que no sólo transmite saberes, sino que habilita confianza, deseo y sentido. Porque cuando un alumno se reconoce capaz, algo se transforma. Para mí, enseñar es estar presente. Es sostener, impulsar y creer, incluso cuando el otro todavía no puede hacerlo por sí mismo. Ahí es donde mi vocación se vuelve presencia.